¿Y si armamos un fuerte para esta guerra?
En él hay que encerrarnos
labio a piel, piel a labio.
Armarnos hasta el cuello
de caricias sin nombre,
cargar todas las armas
de silencios preorgasmo.
Hacer una estrategia
de bélicos aullidos
que cimbren hasta el cielo
y alumbren armisticios.
Y entonces,
cuando la pausa reine
por la incertidumbre
en el campo de batalla,
cuando ese desconcierto
invada al batallón
que juntos enfrentamos,
cuando ostentar el traje
del gozo y el misterio
desoriente a los tiempos
a todas las distancias
y a los refuerzos acuartelados
de contingencias varias.
Tú y yo desertaremos
bandera blanca izada
y acamparemos justo al centro
de la tierra de nadie,
construyendo una puerta
sin marcos ni cerrojos,
una puerta privada
con un solo destino,
el encuentro anhelado
la tregua indefinida
para seguir amando,
cruzando fuego amante,
amando fuego errante,
errando siempre el blanco
perpetuando el espasmo,
confinando al olvido
todas las guerras santas
y todos los motines
y las revoluciones
hasta quedar en paz.
Lilyán de la Vega